viernes, 11 de agosto de 2017

La norma divina de la honradez

Neil L. Andersen
Del Cuórum de los Doce Apóstoles
Tomado del discurso “Honesty—The Heart of Spirituality”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young, el 13 de septiembre de 2011. Para leer el discurso completo en inglés, vaya a speeches.byu.edu.
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Para un discípulo de Cristo, la honradez es parte central de la espiritualidad.
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Ilustración por Simone Shin.
Dios, nuestro Padre, y Su Hijo Jesucristo son seres de absoluta, perfecta y completa honradez y verdad. Somos hijos e hijas de Dios. Nuestro destino es llegar a ser como Él. Procuramos ser perfectamente honrados y verídicos como nuestro Padre y Su Hijo. La honradez describe el carácter de Dios (véase Isaías 65:16) y, por lo tanto, la honradez es un elemento clave de nuestro progreso espiritual y de los dones espirituales.
Jesús declaró: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6; véanse también Juan 18:37D. y C. 84:4593:36).
El Señor preguntó al hermano de Jared: “¿Creerás las palabras que hablaré?”.
El hermano de Jared respondió: “Sí, Señor, sé que hablas la verdad, porque eres un Dios de verdad, y no puedes mentir” (Éter 3:11, 12).
Estas son las propias palabras del Salvador: “Yo soy el Espíritu de verdad” (D. y C. 93:26; véase también el versículo 24). “… yo os digo la verdad” (Juan 16:7; véase también Juan 16:13).
Por otra parte, a Satanás se le describe como el padre de las mentiras: “… y llegó a ser Satanás, sí, el diablo, el padre de todas las mentiras, para engañar y cegar a los hombres y llevarlos cautivos según la voluntad de él, sí, a cuantos no quieran escuchar mi voz” (Moisés 4:4).
Jesús dijo: “… el diablo… no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de sí mismo habla, porque es mentiroso y padre de la mentira” (Juan 8:44; véase también D. y C. 93:39).
El Salvador reprendía constantemente a quienes profesaban algo públicamente, pero en su corazón vivían de manera diferente (véase Mateo 23:27). Él alabó a quienes vivían sin engaño (véase D. y C. 124:15). ¿Se dan cuenta del contraste? Por un lado están las mentiras, los engaños, la hipocresía y la oscuridad; por el otro, están la verdad, la luz, la honradez y la integridad. El Señor hace una marcada distinción.
El presidente Thomas S. Monson ha dicho:
“Si bien antes las normas de la Iglesia eran casi todas compatibles con las de la sociedad, ahora nos divide un gran abismo que cada vez se agranda más…
“El Salvador de la humanidad se describió a Sí mismo diciendo que estaba en el mundo sin ser del mundo [véanse Juan 17:14D. y C. 49:5]. Nosotros también podemos estar en el mundo sin ser del mundo al rechazar los conceptos falsos y las enseñanzas falsas, y ser fieles a lo que Dios nos ha mandado”1.
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El mundo nos diría que es difícil definir la verdad y la honradez. Al mundo le causa gracia mentir de vez en cuando y no demora en excusar las supuestas mentiras “piadosas”. El contraste entre el bien y el mal se atenúa y las consecuencias de la falta de honradez se minimizan.
Para recibir constantemente el Espíritu de Verdad —el Espíritu Santo—, debemos llenar nuestra vida con lo verdadero y lo honrado. A medida que llegamos a ser completamente honrados, nuestros ojos espirituales se abren a un mayor grado de iluminación.
Ustedes pueden entender fácilmente la forma en que esa fuerza espiritual favorece el aprendizaje en el salón de clase; pero, ¿pueden ver también cómo ese principio se aplica a las decisiones importantes sobre la forma en la que utilizan su tiempo, con quién lo pasan y la manera en que moldean su vida?

Comprométanse a la honradez personal

El don espiritual de verdad que ustedes necesitan y desean no se puede separar del hecho de que sean una persona honrada y verídica. La verdad que procuran es parte de la persona que son. La luz, las respuestas espirituales y la dirección celestial están inalterablemente vinculadas a su propia honradez y veracidad. Gran parte de la satisfacción duradera que tengan en la vida la recibirán a medida que continuamente eleven su compromiso de honradez personal.
Roy D. Atkin relató lo siguiente:
“Después de que varios estudiantes abandonaron sus estudios al finalizar [mi] primer año en la universidad, mis clases en la facultad de odontología se hicieron aun más competitivas. Todos se esforzaban al máximo por estar entre los primeros de la clase. A medida que aumentaba la rivalidad, algunos estudiantes decidieron que la manera de salir adelante era hacer trampa, lo cual me preocupó mucho…
“Sabía que no debía hacer trampa; más que llegar a ser dentista, quería estar bien ante Dios.
“[Durante] mi tercer año, me ofrecieron una copia de un examen que íbamos a tener en una clase muy importante. Obviamente, eso significaba que algunos de mis compañeros de clase tendrían de antemano las preguntas del examen. Rechacé la oferta. Cuando se nos devolvieron los exámenes corregidos, el promedio del grupo era extremadamente alto, lo que hizo que mi puntuación fuese más baja en comparación. El profesor pidió hablar conmigo.
“‘Roy’, dijo, ‘por lo general sacas buenas calificaciones en las pruebas; ¿qué sucedió?’.
“‘Señor’, le dije a mi profesor, ‘en el próximo examen, si da una prueba que nunca haya dado antes, creo que descubrirá que me irá muy bien’. No respondió.
pencil and test
“Tuvimos otro examen en esa misma clase. Mientras se repartían los exámenes, se oían fuertes gemidos. Era una prueba que el maestro nunca había dado. Cuando nos devolvieron los exámenes corregidos, la calificación que obtuve fue una de las más altas de la clase. A partir de ese momento, todos los exámenes que nos daban eran nuevos”2.
Debido a que somos discípulos de Cristo, la norma divina de la honradez forma parte de nosotros. En el Libro de Mormón, la amonestación del rey Benjamín de “[despojarse] del hombre natural” (Mosíah 3:19) es, en parte, un llamado para adquirir un sentido más elevado de honradez y de verdad.
El apóstol Pablo aconsejó a los efesios: “… despojaos del viejo hombre, que está viciado… y renovaos en el espíritu de vuestra mente”. Y después dio un consejo específico en cuanto a llegar a ser un “nuevo hombre” o una “nueva mujer”: lo primero que les dijo que hicieran fue “[dejar] la mentira, [y hablar] verdad cada uno” (véase Efesios 4:22–25; véanse también Colosenses 3:93 Nefi 30:2).
Me gusta esta definición de la honradez: “La honradez es ser completamente verídico, recto y justo”. Además, la integridad es “[tener] el valor moral de hacer que [tus] acciones sean compatibles con el conocimiento que [tienes] del bien y del mal”3.
El presidente James E. Faust (1920–2007), Segundo Consejero de la Primera Presidencia, relató lo que sucedió cuando se postuló como candidato para ingresar en la Escuela de Oficiales del Ejército de Estados Unidos. Dijo:
“… me llamaron a comparecer ante la comisión investigadora. Mis títulos eran pocos, pero había cursado dos años en la universidad y acababa de regresar de mi misión en Sudamérica.
“Las preguntas que me formularon los oficiales de la comisión tomaron un giro sorprendente; casi todas tenían que ver con mis creencias: ‘¿Fuma usted?’ ‘¿Bebe alcohol?’ ‘¿Qué piensa en cuanto a otras personas que fuman y beben?’ Yo no tuve problemas para contestar esas preguntas.
“‘¿Ora usted?’ ‘¿Cree usted que un oficial debe orar?’ El oficial que me hacía las preguntas era un aguerrido militar de carrera. No aparentaba ser uno que orara con frecuencia… Yo anhelaba ser oficial…
“Decidí no ser ambiguo. Les dije que sí oraba y que creía que un oficial podría procurar la ayuda divina tal como algunos generales notables lo habían hecho…
“Entonces me hicieron otras preguntas más interesantes: ‘En épocas de guerra, ¿no deberíamos disminuir un tanto el código de la moral? ¿No justificarían las exigencias de las batallas que los hombres hicieran cosas que no harían en su hogar ante circunstancias normales?’.
“… Me parecía que esas preguntas provenían de hombres que no vivían de conformidad con las normas que se me habían enseñado. Pensé por un instante que quizás podría decirles que yo tenía mis propias creencias, pero que no quería imponérselas a los demás. Sin embargo, en mi mente me pareció ver los rostros de las muchas personas a las que, como misionero, les había enseñado la ley de castidad; así que, al final, simplemente les contesté que no creía que hubiera más de una norma de moralidad’.
“Salí del interrogatorio pensando que aquellos toscos oficiales… me calificarían muy bajo. Pocos días después, cuando se publicaron los resultados, quedé gratamente sorprendido. Me encontraba en el primer grupo de candidatos para la Escuela de Oficiales”.
Entonces, el presidente Faust, al darse cuenta de cómo las decisiones pequeñas pueden traer grandes consecuencias, dijo: “Esa fue una de las encrucijadas de mi existencia”4.
La honradez, la integridad y la verdad son principios eternos que moldean de manera significativa nuestra experiencia mortal y ayudan a determinar nuestro destino eterno. Para un discípulo de Cristo, la honradez es parte central de la espiritualidad.

Sean fieles a su palabra

La honradez abarca todo aspecto de la vida diaria, pero permítanme mencionar algunos ejemplos específicos. En mi época de estudiante, recuerdo que el rector de aquel entonces de la Universidad Brigham Young, Dallin H. Oaks, ahora miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles, compartió esta cita de Karl G. Maeser: “Mis jóvenes amigos, se me ha preguntado lo que quiero decir con palabra de honor. Se lo diré. Si me colocan detrás de los muros de una prisión —muros de piedra bien altos y gruesos, con cimentos muy profundos— existe la posibilidad de que de una manera u otra pueda escapar; pero si me colocan allí en el suelo, dibujan un círculo a mi alrededor y me piden que dé mi palabra de honor de nunca cruzarlo, ¿podría salir de ese círculo? ¡No, jamás! ¡Antes moriría!”5.
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Hay momentos en los que honramos los compromisos simplemente porque hemos acordado honrarlos. Habrá situaciones en la vida en que se verán tentados a ignorar un acuerdo que hayan hecho. Al principio concertarán el acuerdo debido a algo que desean recibir a cambio. Más tarde, debido a un cambio en las circunstancias, ya no querrán honrar los términos del acuerdo. Aprendan ahora que cuando dan su palabra, cuando hacen una promesa, cuando ponen su firma, su honradez y su integridad personales los obligan a cumplir su palabra, su compromiso, su acuerdo.
Estamos muy agradecidos de que “[creen] en ser honrados” (Artículos de Fe 1:13), que dicen la verdad, que no harían trampa en un examen, que no plagiarían un documento ni engañarían a otra persona. El Señor nos dice:
“… y la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser;
“y lo que sea más o menos que esto es el espíritu de aquel inicuo que fue mentiroso desde el principio” (D. y C. 93:24–25).
Nuestros retos con frecuencia se presentan en lo “más o menos”, en las pequeñas tentaciones que están al borde del ser completamente honrado. Cuando cursaba el primer año de universidad, tenía sobre mi escritorio una declaración que con frecuencia citaba el entonces presidente David O. McKay (1873–1970). Dice: “Las batallas más grandes de la vida se libran dentro de las cámaras silenciosas del alma”6.
¿Cómo creen que se siente el Señor cuando tomamos decisiones difíciles en cuanto a la honradez? Hay un enorme poder espiritual al permanecer fieles y honrados cuando las consecuencias de su honradez podrían parecer una desventaja. Cada uno de ustedes enfrentará tales decisiones, y esos momentos decisivos pondrán a prueba su integridad. Al escoger la honradez y la verdad —ya sea que la situación se resuelva de la manera que ustedes esperan o no—, se darán cuenta de que esas importantes encrucijadas se convierten en pilares fundamentales de fortaleza en su crecimiento espiritual.

“Sean rectos en la oscuridad”

El presidente Brigham Young (1801–1877) una vez dijo: “Debemos aprender a ser rectos en la oscuridad”7. Una definición de esta frase es que debemos aprender a ser honrados cuando nadie sabe si estamos siendo deshonrados. Los exhorto a ser “rectos en la oscuridad”. Elijan el camino que el Salvador mismo elegiría.
El poeta Edgar A. Guest escribió:
No quiero mantener ocultos
todos mis muchos secretos;
ni engañarme de que en mi andar
ningún otro se habrá de enterar8.
Recordemos las bellas palabras del Profeta José Smith: “… yo lo sabía, y sabía que Dios lo sabía; y no podía negarlo, ni osaría hacerlo; por lo menos, sabía que haciéndolo, ofendería a Dios y caería bajo condenación” (José Smith—Historia 1:25).
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Existe la presión para sobresalir, para mantener altas calificaciones, para encontrar empleo, para encontrar amigos, para complacer a los que los rodean, para graduarse. No permitan que esas presiones afecten su honradez. Sean honrados cuando las consecuencias parezcan estar en su contra. Oren para tener mayor honradez; piensen en los aspectos en los que el Señor desearía que fuesen más honrados y tengan el valor de tomar las medidas necesarias para elevar su espíritu a un nivel más alto de determinación a ser completamente honrados.
El presidente Monson nos ha amonestado: “Seamos ejemplos de honradez y de integridad dondequiera que vayamos y en lo que sea que hagamos”9. Tal vez deberían pensar en poner el consejo que dio el profeta del Señor donde lo puedan ver a menudo.
El élder Oaks nos ha aconsejado: “… no debemos ser tolerantes con nosotros mismos; Debemos regirnos por las demandas de la verdad”10. Sean intransigentes con ustedes mismos. El Salvador dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame” (Mateo 16:24).
Termino donde empecé. Nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo son seres de absoluta, perfecta y completa honradez. Testifico que nuestro Padre Celestial y Su amado Hijo viven. Ellos los conocen a ustedes personalmente y los aman. Su destino como hijo o hija de Dios es llegar a ser como Ellos. Somos discípulos del Señor Jesucristo. Tengamos el valor de seguirlo.

 

    Notas

  1.   1. 
    Thomas S. Monson, “El poder del sacerdocio”, Liahona,mayo de 2011, págs. 66, 67.
  2.   2. 
    Roy D. Atkin, “I Wouldn’t Cheat”, New Era, octubre de 2006, págs. 22–23.
  3.   3. 
    Progreso Personal para las Mujeres Jóvenes, librito, 2009, pág. 61.
  4.   4. 
    Véase de James E. Faust, “La honradez, una brújula de la moral”, Liahona, enero de 1997, págs. 45–48.
  5.   5. 
    En Alma P. Burton, Karl G. Maeser: Mormon Educator, 1953, pág. 71; véase también de Dallin H. Oaks, “Be Honest in All Behavior” (Devocional de la Universidad Brigham Young, 30 de enero de 1973), pág. 4, speeches.byu.edu.
  6.   6. 
    Véase de James L. Gordon, The Young Man and His Problems,1911, pág. 130.
  7.   7. 
    Diario de la oficina de Brigham Young, 28 de enero de 1857.
  8.   8. 
    Edgar A. Guest, “Myself”, en The Best Loved Poems of the American People, 1936, pág. 91; traducción libre.
  9.   9. 
    Thomas S. Monson, “Al partir”, Liahona, mayo de 2011, pág. 114.
  10.   10. 
    Dallin H. Oaks, “El equilibrio entre la verdad y la tolerancia”,Liahona, febrero de 2013, pág. 32.

El mayor entre vosotros

La mayor recompensa de Dios se destina a los que prestan servicio sin esperar recompensa.
Mis queridos hermanos, queridos amigos, cuán agradecido me siento por estar con ustedes en esta inspiradora reunión mundial del sacerdocio. Presidente Monson, gracias por su mensaje y bendición. Siempre tomaremos en serio sus palabras de guía, consejo y sabiduría. Lo amamos y sostenemos, y siempre oramos por usted. Usted es en verdad el profeta del Señor. Usted es nuestro Presidente. Lo sostenemos, lo amamos.
Hace casi veinte años se dedicó el Templo de Madrid, España, y dio comienzo su servicio como sagrada casa del Señor. Harriet y yo lo recordamos bien, porque yo estaba sirviendo en la Presidencia del Área Europa en aquella época. Junto con muchos otros, dedicamos innumerables horas a atender los detalles de la planificación y organizando los acontecimientos previos a la dedicación.
Al acercarse la fecha de la dedicación, me di cuenta de que aún no había recibido la invitación para asistir. Esto nos tomó un poco por sorpresa. Después de todo, en mi responsabilidad como Presidente del Área, había participado intensamente en este proyecto del templo y lo sentía en una pequeña medida como algo mío.
Le pregunté a Harriet si había visto una invitación, pero me dijo que no.
Pasaban los días y mi ansiedad iba creciendo. Me pregunté si nuestra invitación se había perdido; quizá estuviera enterrada entre los cojines de nuestro sofá. Quizá había pasado desapercibida entre el correo no deseado y había terminado en la basura. Los vecinos tenían un gato muy curioso, y llegué incluso a mirarle con sospecha.
Finalmente, me vi obligado a aceptar la realidad: no había sido invitado.
¿Pero cómo era eso posible? ¿Había hecho algo que ofendiera a alguien? ¿Supuso alguien que vivíamos demasiado lejos para hacer el viaje? ¿Se habían olvidado de mí?
Con el tiempo, me di cuenta de que este modo de pensar conducía a un punto en el que yo no deseaba afincarme.
Harriet y yo nos recordamos mutuamente que la dedicación del templo no giraba en torno a nosotros. No era cuestión de quién merecía ser invitado y quién no, ni se trataba de nuestros sentimientos o de nuestra idea de que teníamos este derecho.
Se trataba de la dedicación de un santo edificio, un templo del Dios Altísimo. Era un día de regocijo para los miembros de la Iglesia en España.
Si me hubieran invitado a asistir, lo habría hecho con mucho gusto; pero si no me hubiesen invitado, mi gozo no habría sido en ningún modo menos profundo. Harriet y yo nos regocijaríamos con nuestros amigos, nuestros amados hermanos y hermanas, desde la distancia. Alabaríamos a Dios por esta maravillosa bendición con tanto entusiasmo desde nuestro hogar en Frankfurt como lo habríamos hecho desde Madrid.

Hijos del Trueno

Entre los Doce a quienes Jesús llamó y ordenó se encontraban dos hermanos, Santiago y Juan. ¿Recuerdan el sobrenombre que Él les dio?
Hijos del Trueno (Boanerges)1.
A nadie se le daría semejante apodo sin una intrigante historia de trasfondo. Desafortunadamente, las Escrituras no nos explican mucho sobre el origen de este apelativo, pero sí nos ofrecen alguna idea sobre el carácter de Santiago y Juan. Estos eran los mismos dos hermanos que sugirieron mandar que descendiera fuego del cielo sobre una aldea de Samaria, debido a que no se les invitó a quedarse allí2.
Santiago y Juan eran pescadores, probablemente algo toscos, pero supongo que conocían mucho acerca de los elementos de la naturaleza. Ciertamente, eran hombres de acción.
En cierta ocasión, mientras el Salvador se preparaba para Su último viaje a Jerusalén, Santiago y Juan le abordaron con una petición especial, la cual quizá justifique el apodo que tenían.
“Queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”, dijeron.
Me imagino a Jesús sonriéndoles mientras respondía: “¿Qué queréis que os conceda?”.
“Concédenos que en tu gloria nos sentemos el uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”.
El Salvador les instó entonces a pensar más detenidamente en lo que estaban pidiendo y dijo: “Que os sentéis a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado”3.
En otras palabras, no se pueden obtener honores en el reino de los cielos haciendo campaña por ellos. Uno tampoco puede acceder a la gloria eterna “pidiendo un ascenso”.
Cuando los otros diez apóstoles escucharon esta petición de los Hijos del Trueno, no les sentó especialmente bien. Jesús sabía que Su tiempo era corto, y debió perturbarle observar disputas entre aquellos que llevarían adelante Su obra.
Le habló a los Doce sobre la naturaleza del poder y de cómo afecta a los que lo buscan y lo ostentan. “Las personas influyentes del mundo”, dijo, “se sirven de su posición de autoridad para ejercer poder sobre los demás”.
Casi puedo ver al Salvador mirando con un amor infinito el semblante de estos discípulos fieles y creyentes. Casi puedo oír Su voz rogándoles: “No será así entre vosotros, sino el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor; y cualquiera de entre vosotros que quiera ser el primero será siervo de todos”4.
En el reino de Dios, la grandeza y el liderazgo significan ver a los demás como lo que verdaderamente son —como los ve Dios— y después tenderles la mano y servirles. Significa regocijarnos con los que están felices, llorar con los que están apenados, elevar a los afligidos y amar a nuestros semejantes como Cristo nos ama. El Salvador ama a todos los hijos de Dios independientemente de sus circunstancias socioeconómicas, raza, religión, idioma, orientación política o nacionalidad, o cualquier otro grupo. ¡Nosotros deberíamos hacer lo mismo!
La mayor recompensa de Dios se destina a los que prestan servicio sin esperar recompensa. Se destina a los que sirven sin hacer alardes, a los que en silencio van buscando maneras de ayudar a los demás; a aquellos que ministran a los demás simplemente porque aman a Dios y a Sus hijos5.

No se les suba a la cabeza

Poco después de ser llamado como nueva Autoridad General, tuve el privilegio de acompañar al presidente James E. Faust para la reorganización de una estaca. Mientras manejaba el auto hacia nuestra asignación en la bella región del sur de Utah, el presidente Faust tuvo la amabilidad de aprovechar el tiempo para instruirme y enseñarme. Hay una lección que nunca olvidaré. Dijo él: “Los miembros de la Iglesia son muy corteses con las Autoridades Generales. Nos tratarán muy amablemente, y dirán cosas agradables de nosotros”. Entonces hizo una pausa breve y dijo: “Dieter, esté siempre agradecido por esto, pero que nunca se le suba a la cabeza”.
Esta importante lección sobre el servicio en la Iglesia se aplica a todos los líderes del sacerdocio de todos los cuórums de la Iglesia. Se aplica a todos nosotros en esta Iglesia.
Cuando el presidente J. Reuben Clark aconsejaba a aquellos que son llamados a cargos de autoridad en la Iglesia, les decía que no olvidaran la regla número seis.
Inevitablemente, la persona preguntaba: “¿Cuál es la regla número seis?”.
“No se tome a sí mismo tan en serio”, respondía.
Por supuesto, esto llevaba a una pregunta adicional: “¿Cuáles son las otras cinco reglas?”.
Entonces el presidente Clark decía, guiñando el ojo: “No existen”6.
Para poder ser líderes eficaces de la Iglesia, debemos aprender esta crucial lección: El liderazgo en la Iglesia no consiste tanto en dirigir a los demás, sino en nuestra disposición a ser dirigidos por Dios.

Los llamamientos como oportunidades de servicio

Como santos del Dios Altísimo, debemos recordar “en todas las cosas a los pobres y a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos, porque el que no hace estas cosas no es mi discípulo”7. Las oportunidades de andar haciendo bienes son ilimitadas. Podemos encontrarlas en nuestros vecindarios, en nuestros barrios y ramas, y ciertamente en nuestros hogares.
Además, a cada miembro de la Iglesia se le dan oportunidades formales específicas para servir. Nos referimos a estas oportunidades como “llamamientos”, un término que debería recordarnos quién es el que nos llama a servir. Si abordamos nuestros llamamientos como oportunidades de servir a Dios y a los demás con fe y humildad, cada acto de servicio será un paso en la senda del discipulado. De esta manera, Dios no solamente edifica Su Iglesia, sino que también edifica a Sus siervos. La Iglesia tiene por objeto ayudarnos a convertirnos en discípulos verdaderos y fieles de Cristo, buenos y nobles hijos e hijas de Dios. Esto sucede no solamente cuando vamos a reuniones y escuchamos discursos, sino también cuando nos volcamos más allá de nosotros mismos y servimos. Así es como llegamos a ser “grandes” en el reino de Dios.
Aceptamos los llamamientos con gracia, humildad y gratitud; cuando somos relevados de ellos, aceptamos el cambio con la misma gracia, humildad y gratitud.
A los ojos de Dios, no existe ningún llamamiento en el reino que sea más importante que otro. Nuestro servicio —ya sea grande o pequeño— refina nuestro espíritu, abre las ventanas de los cielos y otorga las bendiciones de Dios no solamente a aquellos a quienes servimos, sino también a nosotros mismos. Cuando extendemos la mano a los demás, podemos saber con humilde confianza que Dios reconoce nuestro servicio con Su aprobación y complacencia. Nos otorga Su sonrisa cuando ofrecemos estos sentidos actos de compasión, especialmente actos que pasan desapercibidos a los demás8.
 Cada vez que damos de nosotros mismos a los demás, damos un paso más hacia convertirnos en buenos y verdaderos discípulos de Aquel que dio todo lo que tenía por nosotros: nuestro Salvador.

De presidir a desfilar

Durante el 150 aniversario de la llegada de los pioneros al Valle de Lago Salado, el hermano Myron Richins estaba sirviendo como presidente de estaca en Henefer, Utah. En la celebración se incluía una recreación del paso de los pioneros por esa población.
El presidente Richins participó plenamente en los planes de la celebración, y asistió a muchas reuniones con Autoridades Generales y otras personas para tratar los acontecimientos. Él estaba plenamente consagrado.
Justo antes de la celebración en sí, se reorganizó la estaca del presidente Richins y él fue relevado como presidente. Unos domingos después, se encontraba presente en la reunión del sacerdocio de su barrio cuando los líderes pidieron voluntarios para ayudar en la celebración. Junto con otros, el presidente Richins alzó la mano, y se le pidió que acudiera con ropa de trabajo y llevara su camión y una pala.
Finalmente llegó la mañana del gran acontecimiento y el presidente Richins fue a cumplir con su deber como voluntario.
Escasas semanas antes, fue un elemento clave en la planificación y supervisión de este gran acontecimiento. En aquel día, sin embargo, su trabajo fue ir tras los caballos del desfile y limpiar sus desechos.
El presidente Richins lo hizo alegre y gustosamente.
Comprendía que un tipo de servicio no es superior a otro.
Conocía y ponía en práctica las palabras del Salvador: “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo”9.

El discipulado de la manera correcta

A veces, como los Hijos del Trueno, deseamos cargos prominentes. Luchamos por obtener reconocimiento, procuramos dirigir y aportar algo que sea memorable.
No hay nada de malo en desear servir al Señor, pero cuando procuramos obtener influencia en la Iglesia para nuestros fines —con el fin de recibir las alabanzas y la admiración de los hombres— ya tenemos nuestra recompensa. Cuando “se nos sube a la cabeza” las alabanzas de los demás, esas alabanzas serán nuestra retribución.
¿Cuál es el llamamiento más importante en la Iglesia? Es el que tienen en este momento. Independientemente de lo humilde o prominente que parezca ser, el llamamiento que tienen ahora mismo es el que les permitirá no solamente elevar a los demás, sino también convertirse en el hombre de Dios que fueron creados para llegar a ser.
Mis queridos amigos y hermanos en el sacerdocio, ¡impulsen desde donde estén!
Pablo enseñó a los filipenses: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien, con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a sí mismo”10.

Servir con honor

El buscar honor y celebridad en la Iglesia a costa del servicio verdadero y humilde a los demás equivale al trueque de Esaú11. Quizá recibamos una recompensa terrestre, pero acarrea un enorme costo: la pérdida de la aprobación celestial.
Sigamos el ejemplo de nuestro Salvador, quien era manso y humilde, quien no buscó las alabanzas del hombre sino hacer la voluntad de Su Padre12.
Sirvamos humildemente a los demás, con energía, gratitud y honor. Aunque nuestros actos de servicio puedan parecer humildes, modestos o de poco valor, los que extienden la mano con bondad y compasión a los demás algún día conocerán el valor de su servicio mediante la gracia eterna y bendita del Dios Todopoderoso13.
Mis queridos hermanos, queridos amigos, ruego que meditemos, comprendamos y vivamos esta lección primordial de liderazgo en la Iglesia y gobierno del sacerdocio: “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo”. Esta es mi oración y bendición en el sagrado nombre de nuestro Maestro, nuestro Redentor, en el nombre de Jesucristo. Amén.
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